Confiar en la grandeza de SER

“Cuando uno se vacía, le llegan todas las riquezas. En realidad, si tengo algún secreto, es simplemente el de confiar más en la vida.”

Claudio Naranjo

La confianza nos libera, al menos temporalmente, de la incertidumbre con respecto al otro. “Bien, ya puedo confiar en ti. Ya puedo contarte mis secretos y enseñarte mis heridas. Ya puedo amarte y puedo dejarme amar.” O desde la otra posición: “Ya me he ganado su confianza. Ahora cuenta conmigo, ahora comparte conmigo su intimidad, sus sueños… ahora no puedo fallarle.”


La confianza es algo muy valioso y al mismo tiempo me surgen dudas acerca de cuánto nos limita y simplifica en la relación.¿Cuántas veces un “yo confiaba en ti”, no significa haber presupuesto lo que iba a hacer el otro y sentirnos frustrados y dolidos porque no cumplió nuestras expectativas?, ¿y cuántas veces he perdido mi libertad haciendo lo que el otro cree que es lo correcto y lo que espera de mi, para ganarme su confianza? Hay una frase que me marcó y que siempre me gusta recordar: “A mayor expectativa, mayor frustración.”, y me gusta aún más convertirla en: “A menor expectativa, menor frustración.” Y quien dice frustración dice decepción. La decepción que me provoca el haberme sentido traicionado en la confianza que deposité en ti.

La confianza que “depende de”; la que está supeditada a que el otro haga lo que yo creo que me merezco, precisamente por haber depositado mi confianza en él; la que gana puntos si voy cumpliendo con tus expectativas, me parece peligrosa y manipuladora.
¿Confiar en alguien en concreto, o confiar en el ser humano? ¿Confiar en mi pareja porque me demuestra con sus actos que me quiere o, como dice Joan Garriga, “tener la certeza de que el otro quiere nuestro bien y no nos va a dañar”?

Confiar, porque sí, es abrirme a la vida. Es decir “sí” a la vida. Es sentirme digna y merecedora de lo que hay en la vida para mí. Porque, ¿qué es la desconfianza sino miedo? Miedo a ser traicionada, miedo a ser rechazada, miedo a que me hagan daño, miedo a no ser amada. Y esto se traduce en ¡miedo a vivir!, porque ¿cómo puedo evitar que no me rechacen, que no me traicionen, que no me hieran? Metiéndome en un caparazón o colocándome una coraza que me separa de la vida. En definitiva, ¿para qué? Para evitar el DOLOR.

Y ahí viene la gran sorpresa, ahí viene el descubrimiento de que en el dolor y en la tristeza hay una gran dulzura. Una dulzura que si me dejo caer en ella, acompaña como el mejor amigo, como la pareja más comprensiva. Y la sorpresa no acaba ahí porque, si no corto mi emoción profunda, si dejo un sitio a esa tristeza, a ese dolor, me da una fuerza que surge desde mi parte más instintiva, desde mi lado más primitivo y animal. Y esa fuerza es CONFIANZA. Una confianza que no depende de que el otro se la gane, de sus palabras y actos, de que sea “buena o mala persona”. Es una confianza ciega que no depende de nada, que ES porque sí. Porque surge de mis profundidades, porque no ha sido pensada, ha sido engendrada. Y esa confianza sí me hace sentirme digna y merecedora de todo lo bueno que hay para mi aquí, en mi misma, en el otro y en la vida. Y dejo de tener tanto miedo… no de no conseguir mis objetivos y sueños, ¡sino de conseguirlos!. Porque a lo que realmente tenemos miedo en esta vida es a conseguir nuestros objetivos, a que se hagan realidad nuestros sueños y a nuestra propia GRANDEZA.

Sí, confiar ciegamente es exponerse. Yo elijo exponerme y confiar en la grandeza de SER.

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