Rechazar lo que soy.

No deja de conmoverme el rechazo que la mayoría de las personas sentimos a mirar nuestra infancia.

Las veces que, como parte del proceso de terapia, he puesto a alguien por delante a su niña o niño, las reacciones suelen ser muy parecidas. Primero se encuentran con una resistencia que va dando paso a tristeza y dolor, a enfado o incluso a asco.

Hay heridas ahí que preferimos no mirar. Ya nos encargamos en su momento de taparlas, y no es plato de buen gusto para nadie volver a mirar donde sigue doliendo tanto.

Al fin y al cabo rechazar esa parte nuestra, es rechazar lo que soy y de dónde vengo.

Como dice el Dr. Hawkins, la resistencia es lo que perpetúa el sufrimiento. Que no queramos mirar ahí, no significa que no esté, o que no condicione nuestras vidas.

He visto a una niña pidiéndole a su adulta que deje de vivir en las nubes, que ella necesita que la haga sentir segura, que la cuide y que para ello es necesario que confíe en sí misma. Así es que sí, da miedo, y también podemos encontrar ahí respuestas claves para aspectos de nuestro comportamiento que nos dañan y que no entendemos.

Como los animales, sin juicio, sin prisa y con grandes dosis de bondad, compasión y cuidados, así podemos ir sanando nuestras heridas.

Ama a tu ego.

Miedo me da cuando hablamos del ego como algo que hay que eliminar, como algo despreciable de lo que tenemos que deshacernos lo antes posible. Esto lo observo sobre todo cuando empezamos a hacer terapia. Comenzamos a ver nuestro personaje y rápidamente queremos matarlo, ¡sí matarlo!, ¡sin ningún tipo de compasión!. Destrozarlo sin piedad. ¡Que desaparezca ya! Tras pocas semanas de terapia nos lamentamos preguntándonos ¿pero por qué sigo haciendo esto?, ¿por qué continúo repitiendo este comportamiento si ya lo he visto, si ya me he dado cuenta?

¿Y?

¿Te has parado a pensar para qué te ha servido tu ego? Todo lo que te ha ayudado a lo largo de tu vida. Vale que ahora no te “sirva” o te perjudique más que beneficie pero, ¿habrías podido sobrevivir sin él? ¿para qué crees que lo creaste? Sí, lo creaste.

Es increíble el potencial del ego, su inteligencia, que es la nuestra. La capacidad que tenemos para contarnos las cosas de tal manera que terminamos auto-engañándonos absolutamente. ¿Para qué destruir algo tan valioso? ¿Para qué seguir en la guerra, en la pelea? ¿Qué pasaría si en lugar de empeñarnos en terminar con nuestro ego, nos hacemos amigos? ¿Y si me miro, porque mi ego también soy yo, con el agradecimiento y la bondad que me sea posible, y trato de ver las virtudes de este personaje que en su día creé?

Tu ego te ayudó a sobrevivir cuando no tenías herramientas, cuando no sabías hacerlo de otra manera. ¿Y si pruebas a dejar de sobrevivir y te arriesgas a empezar a vivir? Y digo yo, ¿se puede vivir sin amor?

Hoy me atrevo a decirte: si quieres mirar hacia la vida ¡ámate! pero con tanta incondicionalidad que ames hasta lo que más te avergüenza de ti.
.
AMA A TU EGO.

¿Para qué volver a la esencia?

La primera vez que escuché la palabra esencia, referida al ser humano, me llamó muchísimo la atención.
Esencia: “aquello que constituye la naturaleza de las cosas, lo permanente e invariable en ellas.” 
Volver a la esencia es volver a nuestra naturaleza, volver a lo que sigue ahí oculto por miles de capas que hemos ido colocando a lo largo de los años, de las vivencias, de las diferentes personas y circunstancias que nos hemos ido encontrando. Es volver a lo que en algún momento fuimos, antes de que empezáramos a mordernos la lengua, a cerrar los puños, a apretar los dientes para no dejar salir aquello que éramos por miedo a que no fuera bien recibido. Quizá ya se habían encargado de decirnos un “Eso no se hace, eso no se dice, eso no se toca”, o un “Tú ver, oír y callar”. Quizá no había hecho falta ni siquiera que nos lo dijeran. Cuántas cosas puede comunicar una mirada o un gesto. A buen entendedor pocas palabras bastan, y lxs niñxs son los mejores entendedores.

Volver a la esencia es conectar de nuevo con la alegría de vivir, con el ser feliz por el hecho de existir, con aceptar el ciclo “Vida, muerte, vida” del que habla Clarissa Pinkola Estés en su libro “Mujeres que corren con los lobos”.

“La naturaleza de la Vida/Muerte/Vida es un ciclo de nacimiento, desarrollo, declive y muerte, seguido siempre de un renacimiento. Este ciclo influye en toda la vida física y en todas las facetas de la vida psicológica. Todo -el sol, la luna, los asuntos de los seres humanos y de todas las más minúsculas criaturas- presenta esta palpitación, seguida de un titubeo y otra palpitación.

A diferencia de los seres humanos, los lobos no piensan que los altibajos de la vida, la energía, la fuerza, el alimento o las oportunidades sean sorprendentes o constituyan un castigo…la naturaleza instintiva posee la prodigiosa capacidad de vivir todas las circunstancias positivas y todas las consecuencias negativas sin interrumpir la relación con el yo y con los demás.

El lobo afronta los ciclos de la naturaleza y el destino con buena voluntad e ingenio y con la paciencia necesaria para permanecer unido a la propia pareja y vivir lo mejor que pueda durante el mayor tiempo posible.”

Volver a la esencia es dejar de engancharnos al sufrimiento, dejar de preguntarnos “¿Pero por qué me pasa esto a mí?”, dejar de lamentarnos y entrar, entrar en lo que verdaderamente hay: miedo, tristeza, rabia… ¿Acaso cuando éramos niños no vivíamos estas emociones? ¿cuando todavía no nos habían contado que son “emociones negativas”, y todavía no juzgábamos como nos sentíamos?

Volver a la esencia es quitarnos las etiquetas. Es dejar de decir de nosotrxs mismxs: “Sí, porque yo soy una persona paciente, simpática y respetuosa”, y abrirnos a la posibilidad de que también somos impacientes, antipáticas e irrespetuosas. Es dejar de actuar de cara a la galería. Dejar de hacer lo que se espera de nosotrxs. Dejar de juzgarnos. Es aceptar lo que hay en cada momento. Soltar todo lo que nos hemos cargado a las espaldas por fidelidad a la familia de origen y, con amor a lo recibido, hacer nuestras vidas. Es dejarnos en paz. Permitirnos la espontaneidad. Es abrazar la posibilidad de que estemos locos. Y decirnos que sí con todo el equipaje.
¿Creéis que los bebés se aman? Volvamos a la esencia, ¡amémonos de nuevo!.

Confiar en la grandeza de SER

“Cuando uno se vacía, le llegan todas las riquezas. En realidad, si tengo algún secreto, es simplemente el de confiar más en la vida.”

Claudio Naranjo

La confianza nos libera, al menos temporalmente, de la incertidumbre con respecto al otro. “Bien, ya puedo confiar en ti. Ya puedo contarte mis secretos y enseñarte mis heridas. Ya puedo amarte y puedo dejarme amar.” O desde la otra posición: “Ya me he ganado su confianza. Ahora cuenta conmigo, ahora comparte conmigo su intimidad, sus sueños… ahora no puedo fallarle.”


La confianza es algo muy valioso y al mismo tiempo me surgen dudas acerca de cuánto nos limita y simplifica en la relación.¿Cuántas veces un “yo confiaba en ti”, no significa haber presupuesto lo que iba a hacer el otro y sentirnos frustrados y dolidos porque no cumplió nuestras expectativas?, ¿y cuántas veces he perdido mi libertad haciendo lo que el otro cree que es lo correcto y lo que espera de mi, para ganarme su confianza? Hay una frase que me marcó y que siempre me gusta recordar: “A mayor expectativa, mayor frustración.”, y me gusta aún más convertirla en: “A menor expectativa, menor frustración.” Y quien dice frustración dice decepción. La decepción que me provoca el haberme sentido traicionado en la confianza que deposité en ti.

La confianza que “depende de”; la que está supeditada a que el otro haga lo que yo creo que me merezco, precisamente por haber depositado mi confianza en él; la que gana puntos si voy cumpliendo con tus expectativas, me parece peligrosa y manipuladora.
¿Confiar en alguien en concreto, o confiar en el ser humano? ¿Confiar en mi pareja porque me demuestra con sus actos que me quiere o, como dice Joan Garriga, “tener la certeza de que el otro quiere nuestro bien y no nos va a dañar”?

Confiar, porque sí, es abrirme a la vida. Es decir “sí” a la vida. Es sentirme digna y merecedora de lo que hay en la vida para mí. Porque, ¿qué es la desconfianza sino miedo? Miedo a ser traicionada, miedo a ser rechazada, miedo a que me hagan daño, miedo a no ser amada. Y esto se traduce en ¡miedo a vivir!, porque ¿cómo puedo evitar que no me rechacen, que no me traicionen, que no me hieran? Metiéndome en un caparazón o colocándome una coraza que me separa de la vida. En definitiva, ¿para qué? Para evitar el DOLOR.

Y ahí viene la gran sorpresa, ahí viene el descubrimiento de que en el dolor y en la tristeza hay una gran dulzura. Una dulzura que si me dejo caer en ella, acompaña como el mejor amigo, como la pareja más comprensiva. Y la sorpresa no acaba ahí porque, si no corto mi emoción profunda, si dejo un sitio a esa tristeza, a ese dolor, me da una fuerza que surge desde mi parte más instintiva, desde mi lado más primitivo y animal. Y esa fuerza es CONFIANZA. Una confianza que no depende de que el otro se la gane, de sus palabras y actos, de que sea “buena o mala persona”. Es una confianza ciega que no depende de nada, que ES porque sí. Porque surge de mis profundidades, porque no ha sido pensada, ha sido engendrada. Y esa confianza sí me hace sentirme digna y merecedora de todo lo bueno que hay para mi aquí, en mi misma, en el otro y en la vida. Y dejo de tener tanto miedo… no de no conseguir mis objetivos y sueños, ¡sino de conseguirlos!. Porque a lo que realmente tenemos miedo en esta vida es a conseguir nuestros objetivos, a que se hagan realidad nuestros sueños y a nuestra propia GRANDEZA.

Sí, confiar ciegamente es exponerse. Yo elijo exponerme y confiar en la grandeza de SER.

Abrir chat