Miedo me da cuando hablamos del ego como algo que hay que eliminar, como algo despreciable de lo que tenemos que deshacernos lo antes posible. Esto lo observo sobre todo cuando empezamos a hacer terapia. Comenzamos a ver nuestro personaje y rápidamente queremos matarlo, ¡sí matarlo!, ¡sin ningún tipo de compasión!. Destrozarlo sin piedad. ¡Que desaparezca ya! Tras pocas semanas de terapia nos lamentamos preguntándonos ¿pero por qué sigo haciendo esto?, ¿por qué continúo repitiendo este comportamiento si ya lo he visto, si ya me he dado cuenta?
¿Y?
¿Te has parado a pensar para qué te ha servido tu ego? Todo lo que te ha ayudado a lo largo de tu vida. Vale que ahora no te “sirva” o te perjudique más que beneficie pero, ¿habrías podido sobrevivir sin él? ¿para qué crees que lo creaste? Sí, lo creaste.
Es increíble el potencial del ego, su inteligencia, que es la nuestra. La capacidad que tenemos para contarnos las cosas de tal manera que terminamos auto-engañándonos absolutamente. ¿Para qué destruir algo tan valioso? ¿Para qué seguir en la guerra, en la pelea? ¿Qué pasaría si en lugar de empeñarnos en terminar con nuestro ego, nos hacemos amigos? ¿Y si me miro, porque mi ego también soy yo, con el agradecimiento y la bondad que me sea posible, y trato de ver las virtudes de este personaje que en su día creé?
Tu ego te ayudó a sobrevivir cuando no tenías herramientas, cuando no sabías hacerlo de otra manera. ¿Y si pruebas a dejar de sobrevivir y te arriesgas a empezar a vivir? Y digo yo, ¿se puede vivir sin amor?
Hoy me atrevo a decirte: si quieres mirar hacia la vida ¡ámate! pero con tanta incondicionalidad que ames hasta lo que más te avergüenza de ti.
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AMA A TU EGO.
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